lunes, 3 de marzo de 2014

Alma

En mi cuaderno de viajes, escribí su nombre varias veces.
Los describía. Estaban hechos de cielos, playas y canciones. Busqué entonces el origen de mi azul identidad, compuesta de casas, mares y personas. Todo era azul y danzante para mí, como el suave jazz de una noche suplicante, ¿de qué? De más.
Me pregunto por qué cuando la gente mira el mar se figura el infinito, y sólo entonces repara en ese enigma, cuando el cielo es otro espejo etéreo que vemos todos los días. 
Y pasan como arena, y el dolor como reloj. Y entonces te das cuenta de que lo único que queda son recuerdos que traspasan en forma de fantasmas, que compartes con la nada. Son como música para los oídos de un alma anciana. Las historias de los viejos y de las fogatas.
Cuando el azul se vuelve negro, ¿qué pasa?

Dime, azul, si puedes escucharme, 
¿qué pasa al final de los pasos errantes? 
Veme, azul, si puedes distinguirme,
y quédate conmigo sólo por las tardes. 

Acompáñame, vamos a caminar por el sendero del mar. Allá, a lo lejos brilla un faro, aunque parece que lleva algún tiempo apagado. Se parece a la sonrisa resignada que es la vida, ¿ves? Se parece a la mano que cede al cigarro, se parece al rostro cansado de un anciano...
 Acompáñame, vamos a caminar. 
Tengo algunas cosas que mostrarte,
colores de montañas que no escalaste.
Tengo algunas cosas que contarte, 
así que dime, azul...
¿puedes escucharme? 






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