martes, 1 de abril de 2014

Sonambulismo I.

Ella era una Oniria jugando a ser Insomnia. Se creía rota, oscura, con ese aire de bohemia característico de los «salvajes». Lo cierto es que sus ojos despedían demasiado brillo, escondido bajo capas de discreción. Aunque había reducido sus horas de sueño a la mitad, por las tardes tenía que ignorar el cansancio,  su estado natural. Tomaba café demasiado amargo, fumaba dos cigarrillos diarios y después soportaba la sensación de asfixio que permanecía en su garganta. En resumen: estaba intentando despertar de un sueño demasiado largo, pero la costumbre no se lo permitía. 

El motivo era simple. Para ella, lo onírico había perdido su sentido. Tenía que ser realista de ahora en adelante, centrar los pies en la tierra y en lo importante. Buscaba respirar el aire del universo, ver todos los amaneceres y olvidar. Si quería conseguirlo, la única alternativa era dejar de dormir, aprender a hablar el idioma de la realidad. 

Hecha un manojo de nervios, sus sueños, antes vívidos, se habían tornado en imágenes inconexas. Sólo uno de ellos conservaba su forma. Se veía a sí misma en tercera persona, ajena, espectadora. Hablaba sola. Caminaba en una calle vertical, no exenta de gravedad, hasta llegar a una cafetería cliché con letreros apagados de neón y nombres en francés. 
Al abrirse la puerta, sonaba el repiqueteo (también cliché) de un puñado de campanitas. El ruido hacía que el mesero reparara en su presencia y le clavara una mirada azul cielo despejada de nubes. Tenía un semblante serio que contrastaba con el gato negro que simulaba un sombrero sobre su cabeza. 
Ella suspiraba, y eso la hacía recordar que estaba soñando. Buscaba manos o relojes* para despertar, pero las suyas no la obedecían, inertes a un costado de su floral vestido; y en el recinto ni siquiera corría el tiempo, los hombres vivían indiferentes a su mortalidad. 

Había vivido esa escena varias veces. Ladeaba la cabeza a la izquierda, entrecerrando los ojos y lo distinguía entre la multitud. Era un muchacho sentado en una mesa, de espaldas. Entrelazaba las manos con otra chica, que presumía una sonrisa fulgurante. Pero Oniria lo reconocía siempre, era inconfundible. 
Era Insomnia. Era él.
Y algo en el vestido, negro como los ojos de su acompañante, le susurró que en ese momento lo había perdido para siempre. Ella gritaba, y sus palabras salían claras y contundentes, pero nadie la escuchaba porque era un espejismo. Y comenzaba en ese segundo a sangrar. Dolor en el pecho, dolor intenso, dolor de siempre, dolor de días y de noches, dolor de olvido. Infarto psicológico...
Oniria despertaba, siempre a la misma hora, guardándose las lágrimas. Pero esa vez no pudo hacerlo. Abrió los ojos, se sacudió el pijama y se miró al espejo. 
«No volveré a soñar jamás, no volveré a dormir» decidió. Los días y las noches transcurrieron corriendo como arena en un reloj, y ella cumplió su palabra. En la reserva onírica, sus hermanos se preocupaban por ella. 
«¿No tienes sueño?» le preguntaban, y ella respondía con astucia «Sólo un poco» Aunque lo cierto es que disimulaba cada vez más la carga de su letargo, y se maquillaba las ojeras casi tatuadas. Pero la decisión había sido tomada. 
Oniria había despertado. 
De lejos, tres la acechaban.




*Supuestamente, en los sueños se distorsionan las imágenes de las palmas de las manos y los relojes. Una técnica para tener un sueño lúcido es ver tus manos sin asustarte y crear conciencia de que estás soñando. 

0 comentarios:

Publicar un comentario