No
comprendo.
Durante
un momento, todo me parece lejano. No como siempre, no se parece a esa
distancia que impongo como mecanismo de defensa entre mi universo y el de los
demás. Esta vez es diferente. Sólo puedo pensar en alguien: Nirvana. Nirvana y
su droga. Y lo que me dijo la primera vez que yo la probé. ¿Cómo te sientes? No
recuerdo qué le respondí, pero sí tengo clara su respuesta. “Es como si no
estuviera realmente aquí. Como si todo fuera un espejismo mío” y así me siento,
de nuevo, pero sin estímulos. En otra dimensión. No, no es real, nunca ha sido
real. Todo esto era ilógico desde el principio. Y sin embargo…
Lo
único que me prueba que esto es real, que soy real, es el dolor. Y la realidad
es que existe la muerte. Sé lo que es, creo tener una idea sobre ella. Por eso
me da miedo: la muerte es un sinónimo de la palabra nunca. No creo en cielos ni
en infiernos porque creo que la moral es un código de supervivencia necesario
para los hombres. La muerte es un gran vacío. Silencio, finalmente, en un mundo
de ruido. Dejar de pensar. La extinción de los cinco sentidos. Pero uno muere
cuando cumple los ochenta años; a veces antes, a veces después. Hay amigos que
uno tiene que mueren... Pero nunca se muere alguien tan cercano, no, no sucede.
No puede ser así. Los hijos entierran a sus padres, y no viceversa. Es como
cortar un tronco a la mitad. A la mitad de sus aspiraciones, de sus amistades,
de sus proyectos… de su vida. Y algo tan doloroso no puede ser real. La vida no
puede contrarrestar esto con felicidad, por maravillosa que sea. Por etéreo que
sea el momento, por la promesa de que la vida puede ser buena, en ese estado de
ánimo.
Yo
solía pensar que la vida podía ser bella.
Y
la verdad es que no.
La
vida… es. No es bella, ni fea. Ni mala ni buena. Simplemente no sigue reglas. Tiene momentos, como diría Vallejo, como del odio de Dios. Y tiene también Momentos mágicos. Casi un equilibrio. Y en medio de los momentos, hay una rutina casi forzada, un tedio. Si la muerte es un gran vacío,
la única forma de explicar la vida es un no-vacío. Pero aun así, está vacía.
Vacía como la muerte está porque la muerte es tan grande que siempre gana. No
es deprimente, simplemente es un hecho. Buscamos un poco de luz, imploramos por
ella. Somos pordioseros del amor, mendigando unas palabras que nos hagan sentir
mejor. Mentiras, quizás. Porque sabemos que entre la muerte y la vida, se puede
decidir siempre… y sabemos que el vacío está allí, acechándonos, sabiendo que
nos encontrará algún día. La neguemos o no. A veces sospechamos que el suicidio
es un adelanto de lo inevitable, y casi parece sabio. Pero es más fuerte la
esperanza. La posibilidad de estar equivocados.
También
he llegado a pensar que la vida no tiene sentido. No sé si sea correcto afirmar
eso. La vida tiene el sentido que nos enseñaron en primera, esa dirección. La
caída.
Naces,
creces, te reproduces y mueres. Los demás animales lo entienden muy bien.
Apenas cabe tristeza en sus mundos, ellos no se plantean si son felices o no. El
hombre es el único animal curioso y el más desgraciado de todos, probablemente.
El más frágil, sin incisivos afilados ni garras para protegerse, inventando
armas para adelantar lo que más teme. Inventando banderas y patrias,
encarcelando a las aves para sentirse superior sin darse cuenta de que al
construir edificios se aprisiona a sí mismo. Eso es, llámalo cárcel, llámalo
hogar. Es la misma ave. La misma vaca que mata para convencerse de que tiene
derecho, su holocausto atroz, su espejo de misma naturaleza de animal asustado.
Y aquí sólo encierran en manicomios a los animales que dejan el miedo atrás.
Que descubren la naturaleza, el sin-sentido, y como todos, no pueden soportarlo.
Se dejan llevar. El humano, cuando tiene
conciencia inventa artes e inventa revoluciones, convencidos de la solidaridad
del ser, creyentes de un porvenir que nunca verán. Pero conectan con los
futuros cuerpos que no serán ellos, sabiendo que el mundo seguirá exactamente
igual cuando ellos marchen, aunque jamás podrán volver a verlo.
Ya
lo decía yo: la vida se parece a una sonrisa resignada.
Pero
al fin y al cabo, un espacio donde cabe una sonrisa. Y merece la pena de la
muerte. Te prometo que si te quedas, podrás verlo, Entropía. Así como te
prometí un día que las cosas no serían lo que tú esperabas, así como te prometo
ahora que morirás pero no lo harás sola.
Quédate
un poco más. Sólo un poco más.
Te
prometo que sonreiré contigo.
Y
vivirás.